El curso pasado, el profesorado del centro inició la experiencia de explorar rutas y enclaves naturales que pudieran ofrecer el suficiente atractivo e interés para ser propuestas como destino de las excursiones que se programan para nuestros alumnos, especialmente los de Educación. Secundaria. Quedamos en denominar a estas experiencias con la expresión “Marcos Incomparables”.
Este curso hemos realizado varias. Por las razones que a continuación explicaré, quisiera centrar mi atención en una de ellas. Fue la que realizamos al enclave denominado “Cueva del Gato”, por estar en el entorno de la cueva que se conoce con dicho nombre, en el término de Benaoján (Cádiz).
Por entonces, había caído en mis manos el libro “Obras místicas de San Juan de la Cruz”. Especialmente había despertado mi interés el “Cántico Espiritual”. Como su mismo autor explica, “ “ contiene canciones que expresan la relación del alma (la Esposa) con Dios (el Esposo)...Esta relación sigue un orden , que va desde que el alma comienza a servir a Dios hasta que alcanza el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual... En estas canciones se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por los que pasa el alma hasta llegar a dicha unión: purgativa, iluminativa y unitiva”.
En este devenir del alma (la Esposa) desde que inicia la búsqueda de Dios (el Esposo) hasta que se hace una sola cosa con Él, la naturaleza, a través de las imágenes que de ella se presentan, es el marco por el que va discurriendo dicha relación. Se pone al servicio y propicia las condiciones para que esta relación pueda alcanzar su fin último.
Todo esto me hizo poner también en relación nuestra experiencia viajera con la citada obra, lo cual explicaré utilizando algunos fragmentos de la misma.
(Esposa)
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?,
como el ciervo huiste,
habiéndome herido:
salí tras ti clamando, y eras ido.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Podrían resumir estos versos, a mi entender, lo que significa la primera vía de experiencia espiritual, también llamada purgativa. Aquella en que, herida y tocada el alma del anhelo del Esposo, del Amado, se siente impulsada a ir a su encuentro. Este Esposo, compendio de todo lo bueno, bello y verdadero, es lo que el hombre busca, aún sin saberlo. Sin embargo, la experiencia diaria le pone ante otra realidad, la de no encontrar el sentido profundo de la existencia, porque queriendo en su interior gozar de este bien, piensa alcanzarlo, sin conseguirlo, a través de las cosas que puede ver y tocar.
Traduciendo esto al nivel más prosaico de nuestro objetivo escolar: nos ponemos en camino hacia el destino elegido. Cuesta porque, después de un día de trabajo, el cuerpo pide descansar.
Por delante, nos esperan muchos kilómetros de recorrido; detrás, las tareas pendientes que se dejan por hacer y, acompañándonos, los problemas de cada día. Pero las dificultades e inconvenientes, en lugar de suponer un problema se ven como un reto cuando la voluntad está iluminada.
(Pregunta a las criaturas)
¡Oh, bosques y espesuras,
plantados por la mano del Amado!
¡Oh, prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado.
(Respuesta de las criaturas)
Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
(Esposa)
¡Oh, cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formaste de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados.
Apártalos, Amado,
que voy de vuelo.
Hemos llegado al entorno de nuestro punto de destino. Preguntamos a la gente del lugar hasta que, tomada la senda que ha de conducirnos, es el lugar mismo el que nos habla: todo en la naturaleza nos habla de su Creador y nos invita a este encuentro, a descansar en la unión con Él. Ha dejado su impronta en sus criaturas (“vestidas de hermosura”) como postes indicadores que nos guíen a El y que despierten en nuestro interior, (“en nuestras entrañas dibujados”) un eco del Paraíso.
Pueden resumir estos versos, a mi entender, la segunda vía, la iluminativa, llamada también por San Juan de los desposorios, aquella en la que el alma, centrada ya toda su atención en el Amado, no ansía ya otra cosa que su matrimonio definitivo con Él.
(Esposo)
Entrado se ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.
(Esposa)
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:
el aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,1
el soto y su donaire
en la noche serena
con llama que consume y no da pena.
Hemos llegado a nuestro destino. El sendero se termina y se transforma en un remanso de paz. Todo invita a la contemplación y al reposo: al pie de la escarpadura que ya cierra el paso, la cueva.
De entre las rocas que hacen difícil el acceso a la misma fluye el agua del río que nace de su interior y que se transforma en un remanso que invita a estarse en ella antes de que siga su curso por entre los árboles que sombrean el lugar.
El tiempo se detiene. Allí toma uno conciencia de que no es el tiempo el que pasa por nosotros, sino nosotros los que pasamos por el tiempo. Por eso nuestra vida es tantas veces agitada: porque la pasamos corriendo detrás de las oportunidades de éxito que creemos que nos presenta por delante. ¿Y si no fuera así? ¿Y si estuvieran detrás las cosas verdaderas y a medida que que corremos nos alejamos de ellas?
Por eso, dirá San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no encuentra el reposo hasta que no descansa en Ti”.
Y, por eso, este corazón, el alma, hecha una ya con el Amado en matrimonio espiritual, exclamará:
Ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
(1). Ruiseñor
Manuel Pozo
Jefe de Estudios